Esta mañana he releído algo que escribí durante mi embarazo. Me quedaban siete semanas de embarazo, y habían transcurrido cinco más o menos desde que nos intervinieron por la transfusión feto-fetal.
Me reconozco. Bajo una capa de presunta racionalización, soy yo: llena de contradicciones, miedos, escondiendo los llantos, y subastada a la emotividad que me inundaba. Es de las pocas cosas que escribí durante mi embarazo. No podía, no me permitía coger papel y lápiz. Tan sobrepasada estaba por las emociones.
Recuerdo la tensión que suponía ir a revisión cada cuatro o cinco días. Al tiempo que deseaba saber como iba todo, me angustiaba pensar que podía haber sucedido algo a las niñas y que me iban a dar una mala noticia. También recuerdo que quería tenerlas dentro de mi el mayor tiempo posible, pero ansiaba verlas cuanto antes. Contradicciones, dentro de una continua montaña rusa.
En ciertos aspectos, el embarazo se desenvolvió como algo traumático desde que me dieron la noticia de la transfusión feto-fetal. Después de intervenirme me dijeron que uno de mis bebés tenía muchas posibilidades de salir a delante, pero que del otro no podían asegurarme nada. Creo que no se lo dije a mi marido hasta que pasaron un par de días, no se si se lo diría su hermana, yo desde luego, no solté palabra, para mi fue un golpe tremendo. Recuerdo que inmediatamente después de la intervención contaba el tiempo que transcurría por horas, luego de seis en seis horas, calmándome cada vez que transcurría el tiempo que yo había marcado como unidad de medición. Al cabo de los días, eran estos los que tomaba en cuenta sintiendo un alivio tremendo cada vez que el sol se ponía y no me había puesto de parto. Cuando pasaron cuatro semanas desde la intervención, ya contaba tiempo de semana en semana. Así, poco a poco fui tranquilizándome. Todo pasó, pero a pesar del tiempo, algo se me quedó adherido a la piel. Una sensación de posible pérdida, de fragilidad de la vida humana, de todo lo que nos rodea. Mi vida, mis prioridades cambiaron el día 20 de julio de 2.006, y no he vuelto a ser la misma.
No hay que equivocarse, a pesar de mis quejas sobre el cansancio, estancamiento laboral, dolores variados... soy feliz, pero no puedo desprenderme de lo que he sido, de lo que sentí. Todo eso, forma ahora parte de mi, y tal vez tampoco deseo deshacerme de ello.
Me reconozco. Bajo una capa de presunta racionalización, soy yo: llena de contradicciones, miedos, escondiendo los llantos, y subastada a la emotividad que me inundaba. Es de las pocas cosas que escribí durante mi embarazo. No podía, no me permitía coger papel y lápiz. Tan sobrepasada estaba por las emociones.
Recuerdo la tensión que suponía ir a revisión cada cuatro o cinco días. Al tiempo que deseaba saber como iba todo, me angustiaba pensar que podía haber sucedido algo a las niñas y que me iban a dar una mala noticia. También recuerdo que quería tenerlas dentro de mi el mayor tiempo posible, pero ansiaba verlas cuanto antes. Contradicciones, dentro de una continua montaña rusa.
En ciertos aspectos, el embarazo se desenvolvió como algo traumático desde que me dieron la noticia de la transfusión feto-fetal. Después de intervenirme me dijeron que uno de mis bebés tenía muchas posibilidades de salir a delante, pero que del otro no podían asegurarme nada. Creo que no se lo dije a mi marido hasta que pasaron un par de días, no se si se lo diría su hermana, yo desde luego, no solté palabra, para mi fue un golpe tremendo. Recuerdo que inmediatamente después de la intervención contaba el tiempo que transcurría por horas, luego de seis en seis horas, calmándome cada vez que transcurría el tiempo que yo había marcado como unidad de medición. Al cabo de los días, eran estos los que tomaba en cuenta sintiendo un alivio tremendo cada vez que el sol se ponía y no me había puesto de parto. Cuando pasaron cuatro semanas desde la intervención, ya contaba tiempo de semana en semana. Así, poco a poco fui tranquilizándome. Todo pasó, pero a pesar del tiempo, algo se me quedó adherido a la piel. Una sensación de posible pérdida, de fragilidad de la vida humana, de todo lo que nos rodea. Mi vida, mis prioridades cambiaron el día 20 de julio de 2.006, y no he vuelto a ser la misma.
No hay que equivocarse, a pesar de mis quejas sobre el cansancio, estancamiento laboral, dolores variados... soy feliz, pero no puedo desprenderme de lo que he sido, de lo que sentí. Todo eso, forma ahora parte de mi, y tal vez tampoco deseo deshacerme de ello.
2 comentarios:
¡Qué bonito Anab!
Tu, si que eres bonita.
Muchas gracias Clara.
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