El viernes pasado acudimos las tres al Centro de Salud a ponerles la vacuna de los 15 meses. Según el calendario de vacunaciones de la Junta de Extremadura, son las correspondientes a la triple vírica y meningitis C. No sé si volveremos a entrar allí, lo mismo han puesto una foto nuestra en la entrada para que se nos restrinja el paso (como a los ludópatas en los bingos), porque el espectáculo que dio mi niña Patricia fue de los que hacen historia, y es que la pobre no puede ver una bata blanca sin que se le ponga mal cuerpo, así que imaginaros lo que es acudir a que le pongan dos pinchazos. En una palabra: Épico.
Debo añadir que, fue muy estúpido por mi parte acudir sola con ellas dos, pero es que, en principio su padre (la otra mamma) iba a venir con nosotras. Luego las cosas se torcieron y me fui solita y sin chupetes. Llamé a mis padres, pero no les dije que iba sola a vacunarlas, sólo que trajeran algún chupe porque se me había olvidado, así que los pobres abuelos vinieron con toda la tranquilidad del mundo, pensando que estábamos más asistidas.
De cualquier forma, nos tocó esperar porque la enfermera se había ido a tomar el primer café de la mañana. Pero cuando llegó, ya se encargó Patricia de dar todo lo que pudo de sí para que fuera una experiencia inolvidable. Comenzó a llorar nada más ver la bata blanca que la mujer se ponía, y continuó in crescendo cuando trajeron los botes con la vacuna y las jeringuillas. Despertó a Julia, que dormía plácidamente en su silla, y que al no saber de que iba aquello, inició una campaña de llanto solidario. No se coomo conseguí desvestirla parcialmente, e inmovilizarla y le pusieron los dos pinchazos, uno en el brazo, otro en la pierna. Los sudores me caían por la frente y el cuerpo a pesar de estar en pleno mes de enero. La vestí, tampoco sé como lo hice, porque a mi los llantos a cierto número de decibelios, me debilitan la consciencia. Como pude, la despegué de mí, la senté en la silla, y cuando estaba repitiendo la fase previa a la tortura (entiéndase pinchazo) con Julia , entró mi madre en el despacho de la enfermera sin llamar siguiera (yo también tengo mamá, y muy guapa por cierto, más guapa que la de las gemelas), sacó a Patricia de la sillita, y se la llevó para que continuara llorando ante un grupo de espectadores, más comprensivos y agradecidos, liderados por ella misma y mi padre. Yo creo que la enfermera flipó cuando vio a una señora gordita de sesenta y pocos años entrar como una exhalación, coger a la niña y echar a volar.
La pobre Julia también lloró, que iba a hacer, era lo que tocaba. La pincharon, y cuando acabamos, mi madre volvió a entrar con Patricia en brazos, pensando que sólo habíamos pinchado a Julia. En ese momento la niña se le gateó por la chepa en un intento de fugarse. Lógico, pensaría otra vez me meten aquí, otra vez me pinchan ¡malditos bastardos!. Aclaré la situación con mi madre, que se disponía a desnudarla de nuevo, y le pedí que la sacara de allí rapido.
En fin, después de que anotaran las vacunas en el cuadro informativo,le pregunté a la enfermera que si le ponía la Prevenar (otra vacuna), el mes que viene, y la mujer me dijo que no, que mejor esperase a los 18 meses y se lo ponía todas juntas, cómo no vería el asunto.
Conseguí sacar el carrito de la consulta, y a las niñas y abuelos del Centro de Salud. Lloramos un poquitin más, les puse el chupete que habían traído mis padres, y nos encaminamos a la cafetería más cercana donde acabaron de tomarse su biberón matutino y .... sí, un paquete de Aspitos, que habían sufrido mucho. Pobres. Y es que este es un pequeño mal necesario.
Mi consejo para los que tengan más de uno: nunca, nunca, nunca, ir a un hospital solo y sin chupetes, jamás.
PD. Patricia, si decides hacerte médico cuando seas adulta, no me lo digas, porque te demando. Palabra.
Debo añadir que, fue muy estúpido por mi parte acudir sola con ellas dos, pero es que, en principio su padre (la otra mamma) iba a venir con nosotras. Luego las cosas se torcieron y me fui solita y sin chupetes. Llamé a mis padres, pero no les dije que iba sola a vacunarlas, sólo que trajeran algún chupe porque se me había olvidado, así que los pobres abuelos vinieron con toda la tranquilidad del mundo, pensando que estábamos más asistidas.
De cualquier forma, nos tocó esperar porque la enfermera se había ido a tomar el primer café de la mañana. Pero cuando llegó, ya se encargó Patricia de dar todo lo que pudo de sí para que fuera una experiencia inolvidable. Comenzó a llorar nada más ver la bata blanca que la mujer se ponía, y continuó in crescendo cuando trajeron los botes con la vacuna y las jeringuillas. Despertó a Julia, que dormía plácidamente en su silla, y que al no saber de que iba aquello, inició una campaña de llanto solidario. No se coomo conseguí desvestirla parcialmente, e inmovilizarla y le pusieron los dos pinchazos, uno en el brazo, otro en la pierna. Los sudores me caían por la frente y el cuerpo a pesar de estar en pleno mes de enero. La vestí, tampoco sé como lo hice, porque a mi los llantos a cierto número de decibelios, me debilitan la consciencia. Como pude, la despegué de mí, la senté en la silla, y cuando estaba repitiendo la fase previa a la tortura (entiéndase pinchazo) con Julia , entró mi madre en el despacho de la enfermera sin llamar siguiera (yo también tengo mamá, y muy guapa por cierto, más guapa que la de las gemelas), sacó a Patricia de la sillita, y se la llevó para que continuara llorando ante un grupo de espectadores, más comprensivos y agradecidos, liderados por ella misma y mi padre. Yo creo que la enfermera flipó cuando vio a una señora gordita de sesenta y pocos años entrar como una exhalación, coger a la niña y echar a volar.
La pobre Julia también lloró, que iba a hacer, era lo que tocaba. La pincharon, y cuando acabamos, mi madre volvió a entrar con Patricia en brazos, pensando que sólo habíamos pinchado a Julia. En ese momento la niña se le gateó por la chepa en un intento de fugarse. Lógico, pensaría otra vez me meten aquí, otra vez me pinchan ¡malditos bastardos!. Aclaré la situación con mi madre, que se disponía a desnudarla de nuevo, y le pedí que la sacara de allí rapido.
En fin, después de que anotaran las vacunas en el cuadro informativo,le pregunté a la enfermera que si le ponía la Prevenar (otra vacuna), el mes que viene, y la mujer me dijo que no, que mejor esperase a los 18 meses y se lo ponía todas juntas, cómo no vería el asunto.
Conseguí sacar el carrito de la consulta, y a las niñas y abuelos del Centro de Salud. Lloramos un poquitin más, les puse el chupete que habían traído mis padres, y nos encaminamos a la cafetería más cercana donde acabaron de tomarse su biberón matutino y .... sí, un paquete de Aspitos, que habían sufrido mucho. Pobres. Y es que este es un pequeño mal necesario.
Mi consejo para los que tengan más de uno: nunca, nunca, nunca, ir a un hospital solo y sin chupetes, jamás.
PD. Patricia, si decides hacerte médico cuando seas adulta, no me lo digas, porque te demando. Palabra.
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