Ya he explicado en alguna ocasión, que cuando tienes gemelos (entiéndase también, mellizos, trillizos...), eres objeto de una atención que ni tú ni tus niños habéis buscado. La mayoría de la gente te observa, te comentan y preguntan muchas cosas, algunas con sentido, otras sin pies ni cabez. Sobre comentarios molestos, os recomiendo que acudáis al post horrorizados.
Esta introducción tiene cierto sentido puesta en relación con la entrada de hoy. Como ya digo, casi siempre que salgo con las niñas la gente las mira. Pero hay un determinado momento, por las tardes , en el que las miradas dejan de centrarse en las gemelas, para hacerlo, con lástima, en su madre. Cuando ya están cansadas, aburridas, o quieren que las dejen pasear (nos paran un montón de veces), hacen lo que todos los críos: lloran. Así, al unísono, al compás, llantos a toda pastilla, inconsolables, como si vida les fuera en ello. Son unos momentos de tensión, en los que he descubierto que tengo un aliado inestimable, que no me ha fallado nunca: Los Aspitos.
¿Que son los aspitos?, supongo que la mayoría los conoceréis (eso si me lee alguien, extremo este sobre el que cada vez tengo más dudas), pero para el que no, os diré que son una especie de barra de maíz, crujiente, que se deshace en la boca fácilmente, unos gusanitos de fácil manejo para bebés, no tienen glutén, ni lactosa, ni cosa que pueda hacerles daño. Dependiendo de la bolsa que compres puede haber dos o tres dentro. Están saladitos, y para que nos vamos a engañar, a ellas les gusta tanto comérselos, como destrozarlos.
Volviendo al momento de crisis materno-gemelar, es entonces, cuando recurres a tu aliado, sacas la bolsa verde que los cubre, y dejan de llorar automáticamente, las lágrimas se frenan en el borde de los mofletes, y comienzan a prestarte toda su atención, y a extender sus manitas, para que les des la chuchería al momento "Má, má, má". Lo agarran, y proceden con el delicioso bocadito a gusto del consumidor; esto es, o bien lo devoran, o lo rompen y después lo devoran. Más vistosa resulta la destrucción, porque después de esparcir migas por todas sus ropas y por el carro, tanto la destructora, como su hermana proceden llenas de júbilo, a devorar minúsculas partículas de aspitos dispersas por el universo.
Mientras tanto, yo he apretado el paso, para llegar a casa lo antes posible. Si no consigo hacerlo antes de que acaben, sucederá lo inevitable; pedirán más. Pero esto, ya lo tengo solucionado, saco la bolsa vacía de golosina, y les digo "Ya no hay más, no hay", y encojo los hombros, apoyando mi afirmación. Las pobres me miran con cara de resignación, piden la bolsa, se cercionan de lo que les he dicho, y encogen también los hombros, al tiempo que extienden los bracitos un poco flexionados, imitándome. Niegan con la cabeza "no, no", y se consuelan por su mala suerte con cierta facilidad, entre otras cosas, porque reinician la búsqueda de las pizquitas. Antes de darnos cuenta, estamos en el portal de casa, y ya ha pasado el mal ratito. Nos bañamos, nos ponemos el pijama y a jugar, ya nos hemos olvidado de los aspitos hasta otro día.
Mi consejo, no salir de casa sin una bolsa de Aspitos, y fundar ya, la asociación de "Madres adoradoras del creador/a de los aspitos", al que consagraremos un monumento en forma de barra de maíz (sin gluten), en la plaza mayor de Madrid, donde nos reuniríamos todos los 15 de marzo a rezarle un rosario, y pedir la bendición de nuestros "bichitos", como si de un San Antón cualquiera se tratara.
¡Vivan los Aspitos! ¡Vivan las gemelas! ¡Vivan los bebés que nos regalan diversión hasta en las peores circunstancias!.
Esta introducción tiene cierto sentido puesta en relación con la entrada de hoy. Como ya digo, casi siempre que salgo con las niñas la gente las mira. Pero hay un determinado momento, por las tardes , en el que las miradas dejan de centrarse en las gemelas, para hacerlo, con lástima, en su madre. Cuando ya están cansadas, aburridas, o quieren que las dejen pasear (nos paran un montón de veces), hacen lo que todos los críos: lloran. Así, al unísono, al compás, llantos a toda pastilla, inconsolables, como si vida les fuera en ello. Son unos momentos de tensión, en los que he descubierto que tengo un aliado inestimable, que no me ha fallado nunca: Los Aspitos.
¿Que son los aspitos?, supongo que la mayoría los conoceréis (eso si me lee alguien, extremo este sobre el que cada vez tengo más dudas), pero para el que no, os diré que son una especie de barra de maíz, crujiente, que se deshace en la boca fácilmente, unos gusanitos de fácil manejo para bebés, no tienen glutén, ni lactosa, ni cosa que pueda hacerles daño. Dependiendo de la bolsa que compres puede haber dos o tres dentro. Están saladitos, y para que nos vamos a engañar, a ellas les gusta tanto comérselos, como destrozarlos.
Volviendo al momento de crisis materno-gemelar, es entonces, cuando recurres a tu aliado, sacas la bolsa verde que los cubre, y dejan de llorar automáticamente, las lágrimas se frenan en el borde de los mofletes, y comienzan a prestarte toda su atención, y a extender sus manitas, para que les des la chuchería al momento "Má, má, má". Lo agarran, y proceden con el delicioso bocadito a gusto del consumidor; esto es, o bien lo devoran, o lo rompen y después lo devoran. Más vistosa resulta la destrucción, porque después de esparcir migas por todas sus ropas y por el carro, tanto la destructora, como su hermana proceden llenas de júbilo, a devorar minúsculas partículas de aspitos dispersas por el universo.
Mientras tanto, yo he apretado el paso, para llegar a casa lo antes posible. Si no consigo hacerlo antes de que acaben, sucederá lo inevitable; pedirán más. Pero esto, ya lo tengo solucionado, saco la bolsa vacía de golosina, y les digo "Ya no hay más, no hay", y encojo los hombros, apoyando mi afirmación. Las pobres me miran con cara de resignación, piden la bolsa, se cercionan de lo que les he dicho, y encogen también los hombros, al tiempo que extienden los bracitos un poco flexionados, imitándome. Niegan con la cabeza "no, no", y se consuelan por su mala suerte con cierta facilidad, entre otras cosas, porque reinician la búsqueda de las pizquitas. Antes de darnos cuenta, estamos en el portal de casa, y ya ha pasado el mal ratito. Nos bañamos, nos ponemos el pijama y a jugar, ya nos hemos olvidado de los aspitos hasta otro día.
Mi consejo, no salir de casa sin una bolsa de Aspitos, y fundar ya, la asociación de "Madres adoradoras del creador/a de los aspitos", al que consagraremos un monumento en forma de barra de maíz (sin gluten), en la plaza mayor de Madrid, donde nos reuniríamos todos los 15 de marzo a rezarle un rosario, y pedir la bendición de nuestros "bichitos", como si de un San Antón cualquiera se tratara.
2 comentarios:
Alabados sean los Aspitos
Toda la razón del mundo, para mis niños son sus premios favoritos y sabiendo que son las chucherías "mas sanas" pues no me siento tan mal dándoselos.
Un beso y animo que las tienes preciosas.
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