Esto de tener dos hijos, iguales además, resulta complejo en ciertas ocasiones -en realidad, casi siempre-. A veces me planteo si las trato igual a las dos, o si establezco algún tipo de distinción arbitraria. Pienso esas cosas, porque me horrorizaría actuar así. Y eso me lleva a tratar de dividir mi tiempo y atenciones al cincuenta por ciento. Me explico; si estamos los dos -la otra mamma y yo-, trato de alternar a la niña a la que alimento en cada toma, lo mismo sucede en las clases de natación, si el martes nado con una, el jueves lo hago con la otra. Si estoy sola y le doy de comer a las dos, llego al punto, de que trato que las cucharas estén igual de llenas, y cuando la papilla está caliente, se la soplo el mismo número de veces, para que no se quemen, porque si se la he soplado a una y no lo hago con la otra por descuido, me siento mal.
Estoy llegando a un punto donde la atención, parece convertirse en obsesión. El origen se encuentra sin duda alguna en mí, en mis inseguridades. Aún a riesgo de resultar ruin, debo confesar que, siempre pensé que mi madre quería más a mi hermano que a mí, le prestaba más atención, y se sentía más unida a él. Sé que no es cierto, y esos celos infundados son fruto de mi baja autoestima. Pero hasta hace cuatro días, no podía evitar pensarlo. Me ha costado mucho racionalizarlo, y ver que no estaba en lo cierto. A veces, en momentos de bajona personal, vuelvo a verme asaltada por las dudas.
Esa percepción deformada de mi relación con mi madre y hermano, parece reflejarse en la que yo tengo con mis bebés. Odiaría que ellas pensasen que prefiero a alguna frente a la otra. Dentro mía hay amor más que suficiente para las dos, y atenciones a repartir a demanda de las interesadas. Tal vez para quedar segura de que actúo correctamente, debería acudir al rey David, para que me partiera a la mitad. Esfuerzo inútil, porque veo imposible sobrevivir a la operación, y una vez muerta de poco les iba a servir a las niñas.
¡Ay Dios Mio!, ¡que inseguridades más tontas!, ¡que vergüenza!. ¡Socorro!
Estoy llegando a un punto donde la atención, parece convertirse en obsesión. El origen se encuentra sin duda alguna en mí, en mis inseguridades. Aún a riesgo de resultar ruin, debo confesar que, siempre pensé que mi madre quería más a mi hermano que a mí, le prestaba más atención, y se sentía más unida a él. Sé que no es cierto, y esos celos infundados son fruto de mi baja autoestima. Pero hasta hace cuatro días, no podía evitar pensarlo. Me ha costado mucho racionalizarlo, y ver que no estaba en lo cierto. A veces, en momentos de bajona personal, vuelvo a verme asaltada por las dudas.
Esa percepción deformada de mi relación con mi madre y hermano, parece reflejarse en la que yo tengo con mis bebés. Odiaría que ellas pensasen que prefiero a alguna frente a la otra. Dentro mía hay amor más que suficiente para las dos, y atenciones a repartir a demanda de las interesadas. Tal vez para quedar segura de que actúo correctamente, debería acudir al rey David, para que me partiera a la mitad. Esfuerzo inútil, porque veo imposible sobrevivir a la operación, y una vez muerta de poco les iba a servir a las niñas.
¡Ay Dios Mio!, ¡que inseguridades más tontas!, ¡que vergüenza!. ¡Socorro!
1 comentario:
Ayer hablaba con mi hermana de este tema. Los melli empezaron el jardín de infantes y, mientras que Isi (la nena) suelta la de la madre y entra por su cuenta, Tití (el nene) se resiste un poco e ingresa indefectiblemente agarrado de la mano de mi hermana.
Ella me decía, compungida, que algun día tendrá entrar con Isi, más allá de la independencia que muestra. "¡Pero si no quiere! ¿Por qué preocuparte?", le respondí. "Es que, alguna vez", me dijo, "seguramente le va a faltar esa experiencia y, además ¡no es justo!".
Obviamente, la experiencia gemelar es muy distinta a la del "uno por vez". ¡Y me cuesta entenderla!
Un abrazo.
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