Cuando el año pasado fuimos a la piscina, nos dimos cuentas de que las gemelas adoran el agua. Podían pasar mucho rato allí, sin quejarse, no decían ni pío aunque el agua estuviera fresquita. Después fuimos a la playa (nosotros somos de secano). Allí, las niñas dividían su tiempo entre los enterramientos y rebozados de arena, e interminables sentadas en la orilla del mar, donde esperaban chillando que las olas juguetonas vinieran a lamerlas. Por eso, en septiembre decidimos apuntarlas a su primera actividad extraescolar: natación.
En realidad, se trata de un curso de natación para bebés, en el que aprendemos a flotar, a mover las piernas, los brazos, y sobre todo jugamos muchísimo en el agua. Normalmente vamos los cuatro juntos, consiguiendo además, pasar un rato de ocio en familia. A veces la otra mamma (su padre) no puede venir, y me acompañan las abuelas, esas ayudantes desobediente, que hacen de su capa un sayo.
Las niñas están encantadas, ya amenazan con tirarse directamente al agua, o a los brazos de la monitora. Lo que menos les gusta es cuando las sumergimos para que aprendan a bucear, entonces te clavan las uñas donde enganchan. Los arañazos post-buceo están al cabo de la calle. ¡Gajes del oficio!. A pesar de esos ratos un poco desagradables, ellas disfrutan un montón, y nosotros en su compañía. De hecho cuando estamos en casa y ven que nos ponemos el bañador, comienzan aplaudir.
Otro de los beneficios de la natación se desarrolla en un campo que a mi me interesa mucho: el sueño. Después de hacer tanto ejercicio, y como su curiosidad malsana no las deja dormir si están en un parque, caen mortales, y a las diez de la noche, ya están fritas, consiguiendo además, dormir más horas seguidas. Este último argumento es incontestable, y hace que merezca la pena el esfuerzo de no echarse siesta, y plantarse a las cuatro y media de la tarde en el gimnasio, lo que yo no hubiera hecho antes de que ellas nacieran, ni aunque me prometieran que iba a tener el cuerpo de Elle Macpherson. Es más, merece la pena hasta ponerse ese "bonito" gorro (verde chillón para más señas), que luzco en la foto.
Saludos
En realidad, se trata de un curso de natación para bebés, en el que aprendemos a flotar, a mover las piernas, los brazos, y sobre todo jugamos muchísimo en el agua. Normalmente vamos los cuatro juntos, consiguiendo además, pasar un rato de ocio en familia. A veces la otra mamma (su padre) no puede venir, y me acompañan las abuelas, esas ayudantes desobediente, que hacen de su capa un sayo.
Las niñas están encantadas, ya amenazan con tirarse directamente al agua, o a los brazos de la monitora. Lo que menos les gusta es cuando las sumergimos para que aprendan a bucear, entonces te clavan las uñas donde enganchan. Los arañazos post-buceo están al cabo de la calle. ¡Gajes del oficio!. A pesar de esos ratos un poco desagradables, ellas disfrutan un montón, y nosotros en su compañía. De hecho cuando estamos en casa y ven que nos ponemos el bañador, comienzan aplaudir.
Otro de los beneficios de la natación se desarrolla en un campo que a mi me interesa mucho: el sueño. Después de hacer tanto ejercicio, y como su curiosidad malsana no las deja dormir si están en un parque, caen mortales, y a las diez de la noche, ya están fritas, consiguiendo además, dormir más horas seguidas. Este último argumento es incontestable, y hace que merezca la pena el esfuerzo de no echarse siesta, y plantarse a las cuatro y media de la tarde en el gimnasio, lo que yo no hubiera hecho antes de que ellas nacieran, ni aunque me prometieran que iba a tener el cuerpo de Elle Macpherson. Es más, merece la pena hasta ponerse ese "bonito" gorro (verde chillón para más señas), que luzco en la foto.
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