Ayer por la tarde fuimos al pediatra. Tocaba revisión mensual. Julia llegó dormida en la silla, y Patricia despierta y con ganas de andar (sujeta por nosotros) por la consulta. Todo iba muy bien, hasta que apareció el doctor. Patricia iba andando (agarrada) hasta que lo vio abrir la puerta de la consulta propiamente dicha, momento en el que giró sobre su propio eje, intentando huir como la cobarde que es. Se lo impedí, la cogí en brazos, entramos. En ese preciso momento empezó a llorar, y no paró hasta cinco minutos después de que terminase el reconocimiento. ¿Qué sucedió con Julia? Lo mismo, en el momento en que se despertó, antes de que nadie le tocara un pelo (es un decir, porque las niñas son bastante calvitas), y movida por los alaridos de Patricia, se puso a llorar... no había forma de hacerlas parar, y cualquiera puede pensar ¿Qué hace ese pediatra? Sinceramente... nada malo. Las osculta, comprueba la fontanela, las mide y pesa, mira su garganta y oídos, las hace andar un poquito sobre la camilla de reconocimiento... en fin, esas cosas que hacen todos los pediatras.
Son terribles a la hora de acudir al médico, la verdad es que hasta cuando ven a su tía con bata blanca (mi cuñada es ginecóloga), se echan a llorar, y yo no puedo explicarme el motivo. Ni su padre ni yo les contagiamos miedo alguno en ese aspecto, les sonreímos, y no nos alteramos facilmente, ¿estamos haciendo algo mal?. No lo sé.
En fin, el concierto de llantos en si bemol mayor duró unos veinte minutos, y gracias a Dios que nos apuntan las cosas en informes, porque en caso contrario podría suceder que el mes que viene, la que se vacunara contra la varicela fuera yo.
Así acabó la visita, hasta el mes que viene si no hay más incidencias, el día 22 de noviembre las niñas llorarán más y mejor, con más brío aumentando el repertorio de lagrimones y alaridos, para desesperación de ese Santo Job disfrazado de pediatra, y de sus "avergonzados" padres, que no saben donde meterse cada vez que lloran así.
Son terribles a la hora de acudir al médico, la verdad es que hasta cuando ven a su tía con bata blanca (mi cuñada es ginecóloga), se echan a llorar, y yo no puedo explicarme el motivo. Ni su padre ni yo les contagiamos miedo alguno en ese aspecto, les sonreímos, y no nos alteramos facilmente, ¿estamos haciendo algo mal?. No lo sé.
En fin, el concierto de llantos en si bemol mayor duró unos veinte minutos, y gracias a Dios que nos apuntan las cosas en informes, porque en caso contrario podría suceder que el mes que viene, la que se vacunara contra la varicela fuera yo.
Así acabó la visita, hasta el mes que viene si no hay más incidencias, el día 22 de noviembre las niñas llorarán más y mejor, con más brío aumentando el repertorio de lagrimones y alaridos, para desesperación de ese Santo Job disfrazado de pediatra, y de sus "avergonzados" padres, que no saben donde meterse cada vez que lloran así.
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