
Ese día, miraré al pasado por primera vez, con nostalgia.
Benditas malas noches de verano.
Sobre las malas noches, los días estupendos, los ojos nuevos que los bebés nos prestan
Desde hace ya algunos meses, por la noche las niñas sólo se duermen en nuestros brazos. No está bien. Sería mucho más cómodo y conveniente que se durmiesen solas en su cuna. Como la siesta: sólo tenernos que dejarlas en la cuna con algunos peluches para que al cabo del ratito estén dormidas como troncos. Es culpa mía. Pero tengo excusa: hay mañanas en las que me voy de casa cuando todavía están dormidas, cuando regreso al mediodía las acostamos al poco de llegar, y por la noche, a veces, llego muy tarde. Hubo un momento en que me consolaba a mi mismo de esta situación acunándolas en brazos. Era un momento único de intimidad que me permitía durante unos minutos tenerlas de la manera más egoísta que se me ocurre, en mis brazos. El problema ahora es que pesan demasiado, y que son dos, y en mi capricho arrastre a Anab. Como me he convertido en una especie de especialista durmiendo a Julia y Patricia, cuando termino con la que por riguroso turno tengo asignada, voy donde está Anab durmiendo a la hermana. Si tiene suerte y todavía no la ha dormido, yo la cojo, y cantando “María tiene un corderito”, recorro el pasillo a oscuras. Llegados a este punto, no logro comprender como les gusta que les cante, porque seguro que si me oyeseis ni siquiera lograríais reconocer la melodía.