Sí, con retraso, que esta vez no es achacable a las niñas. La culpa es del router, o el modem, o lo que sea eso, que me ha tenido desde antes del puente sin internet. Pero, me aplicaré el dicho popular, aquello de más vale tarde que nunca.
El día de la "mamma", comenzó con un saludo entusiasta, la otra mamma (que está empezando a ser papá, según Patricia), escuchó a las gorditas y fue a por ellas, mientras yo me hacía la remolona en la cama. Allí se presentaron las dos, con sus zapatillitas de la "fló"(niñas dixit), y en cuanto me vieron, empezaron a gritar, no para felicitartme, sino para que las subiera a la cama. Se revolucionaron cada vez más, intentando agarrarse a los barrotes de mi lecho (una cama de madera de principios del siglo pasado, heredada de mi tío-abuelo Antonio). Una vez conseguido su objetivo empezaron a balancearse como King-Kong tras las rejas, así que decidí que mejor sería irnos a preparar los biberones los cuatro juntos. Dicho y hecho.
A partir de ahí, el día comenzó a rodar con la normalidad y tranquilidad que rige los fines de semana. Hicimos visitas familiares a las abuelas, a darles sus regalos, paseamos, se montaron a caballo en los hombros de sus "mammas". Comieron galletas, aspitos, patatas fritas hechos trocitos pequeñitos. Tosieron, moquearon. Tomaron el sol..., y se bañaron con su mamá (sí, conmigo). ¡Bien!. Casi nunca nos bañamos juntas, pero el domingo hicimos una excepción, en aras a la concordia familiar. Establecimos turnos y lo pasamos muy bien. Les lavé la cabeza, el cuerpecino entero, pero desde otra perspectiva, que no suelo tener. Ellas consintieron hasta sentarse en la bañera , seguras como estaban con mi presencia. Nos salpicamos, jugamos con el agua, con el pato que está en la bañera, con esponjas y tapones.
Así, mi segundo día de la madre, fue un día en que hicimos cosas de esas, que por cotidianas, no reciben la atención que merecen, y que a pesar de todo nos dejan felices, satisfechos a última hora de la noche, justo cuando te vas a la cama.
¡Feliz día de la madre a todas ! Con retraso.
A partir de ahí, el día comenzó a rodar con la normalidad y tranquilidad que rige los fines de semana. Hicimos visitas familiares a las abuelas, a darles sus regalos, paseamos, se montaron a caballo en los hombros de sus "mammas". Comieron galletas, aspitos, patatas fritas hechos trocitos pequeñitos. Tosieron, moquearon. Tomaron el sol..., y se bañaron con su mamá (sí, conmigo). ¡Bien!. Casi nunca nos bañamos juntas, pero el domingo hicimos una excepción, en aras a la concordia familiar. Establecimos turnos y lo pasamos muy bien. Les lavé la cabeza, el cuerpecino entero, pero desde otra perspectiva, que no suelo tener. Ellas consintieron hasta sentarse en la bañera , seguras como estaban con mi presencia. Nos salpicamos, jugamos con el agua, con el pato que está en la bañera, con esponjas y tapones.
Así, mi segundo día de la madre, fue un día en que hicimos cosas de esas, que por cotidianas, no reciben la atención que merecen, y que a pesar de todo nos dejan felices, satisfechos a última hora de la noche, justo cuando te vas a la cama.
¡Feliz día de la madre a todas ! Con retraso.
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