Miro a mis niñas, una y otra vez, y me gustaría que el tiempo se congelase en algunos de esos momentos en los que disfruto de ellas. Cuando las estoy bañando, cuando comemos la papita y nos llenamos la cara de fruta, cuando se chupan los dedos de los pies (o los calcetines si los tienen puestos)..., me gustaría fijar en mí todas las sensaciones que en esos momentos percibo; el olor de su piel, lo mostoso de sus mofletes untados en fruta-con cereales-, su sonrisa rosa, desdentada, sus primeras carcajadas, las caras de asombro, o como tras un largo día de comida, siestas, paseos, y nuevas sensaciones, se acaban rindiendo al sueño -al menos por unas horas-. Pero no hay nada que me permita conservar todas y cada una de las sensaciones que me bombardean cada día. Ni las fotografías, ni los vídeos me permiten tener una imagen completa de lo que vivo día a día, puede que parezca algo tonto, pero me asusta olvidarlo, despertarme un día y darme cuenta de que he olvidado a mis bebés, a mis padres, a mi marido, a todos los que quiero, y que me encierro en un mundo de olvido brumoso.
Al tiempo, Me he dado cuenta de que un lenguaje tan distinto a las imágenes, al olfato, al gusto, como son las palabras, sí me permiten recuperar todas las sensaciones de las que hablo, al menos de momento; ¿no es curioso?...
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